JA!
Ahora que tengo su atención, (impriman la imagen, dura más tiempo) he aqui un relato que parece salir de mi propia vida, a sazón de la feria del libro, próxima a concluir...Gócenlo...
Atte: El Viejo
Pd: hoy puse otro post, no todo lo copio de mis fuentes...rásquele, rásquele, algo ha de haber que no haya leido...
“EL AMOR ES UNA FALACIA”
Por MAX SCHULMAN
TRADUCCIÓN DE ANA MARIA VICUÑA N.
NOTA INTRODUCTORIA
“El amor es una falacia” (Love is a Fallacy) es un relato de ficción tomado de la popular novela “Los muchos amores de Dobie Gillis” de Max Schulman. La historia ofrece una ilustración encantadora, aunque extrema, de cómo los razonamientos falaces pueden afectar nuestra vida cotidiana y nos recuerda, también, las limitaciones del razonamiento lógico. Escrita en los comienzos de la década del 50, pueden percibirse en ella algunas resonancias del machismo típico de la época.
EL AMOR ES UNA FALACIA
Max Schulman
Yo era frío y lógico. Agudo -calculador, perspicaz, certero y astuto- todo eso era yo. Mi cerebro era tan poderoso como dínamo, tan preciso como las balanzas de un químico, tan penetrante como el bisturí de un médico. Y - ¡piensen en esto!- sólo tenia 18 años.
No sucede a menudo que alguien tan joven tenga un intelecto tan gigantesco. Tomen, por ejemplo, a Petey Bellows, mi compañero de cuarto en la universidad. La misma edad, el mismo origen social, pero tonto como un buey. Un tipo bastante agradable, pero sin nada en la cabeza. Del tipo emocional. Inestable. Impresionable. Y lo peor de todo, esclavo de la moda. Opino que las modas son la verdadera negación de la razón. Ser barrido y arrastrado por cada nueva locura que llega, rendirse a la idiotez sólo porque todos los demás lo hacen – esto, para mí, es el pináculo de la irracionalidad. Sin embargo, no lo era para Petey.
Una tarde encontré a Petey tirado en su cama con una expresión tal de desesperación en la cara, que inmediatamente diagnostiqué apendicitis.
- “No te muevas”, le dije. “No tomes ningún laxante. Llamaré a un
Médico”.
- “Mapache”, murmuró con voz ronca.
- “¿Mapache?” pregunté, deteniéndome en mi carrera.
- “Quiero un abrigo de mapache”, se lamentó Petey.
Me di cuenta de que su problema no era físico, sino mental.
- “¿Por qué quieres un abrigo de mapache?”
- “Debí haberlo sabido”, gritó, golpeándose las sienes. “Debí haber sabido que volverían, cuando el charleston volvió. Como un estúpido, gasté todo mi dinero en textos de estudio y ahora no puedo comprarme un abrigo de mapache.”
- “¿Quieres decir”, dije incrédulamente, “que la gente realmente está usando abrigos de mapache de nuevo?”
- “Todos los grandes hombres del campus los usan. ¿Dónde has estado tú?”
- “En la biblioteca”, dije, nombrando un lugar no frecuentado por los grandes hombres del campus.
Petey saltó de la cama y se paseó por el cuarto.
- “Tengo que tener un abrigo de mapache”, dijo apasionadamente.
“¡Tengo que tenerlo!”
- “Pero, ¿por qué, Petey? Míralo desde una perspectiva racional. Los abrigos de mapache son insalubres. Echan pelos. Huelen mal. Pesan demasiado. Son desagradables de ver. Son...”
- “Tú no entiendes”, me interrumpió con impaciencia. “Es lo que hay que hacer. ¿No quieres estar en el boom?”
- “No”, respondí con toda verdad.
- “Bueno, yo sí”, declaró. “Daría cualquier cosa por un abrigo de mapache. ¡Cualquier cosa!”
Mi cerebro, ese instrumento de precisión, comenzó a funcionar a toda máquina.
- “¿Cualquier cosa?”, pregunté, mirándolo escrutadoramente.
- “Cualquier cosa”, respondió en vibrantes tonos.
Golpeé mi barbilla pensativamente. Sucedía que yo sabía cómo poner mis manos sobre un abrigo de mapache. Mi padre había tenido uno en su época de estudiante. Ahora estaba en un baúl en el altillo de mi casa. También sucedía que Petey tenía algo que yo quería. No lo tenía exactamente, pero tenía primer derecho sobre ello. Me refiero a su chica, Polly Espy.
Por mucho tiempo yo había ambicionado a Polly Espy. Permítaseme enfatizar que mi deseo por esta joven no era de naturaleza emocional. Ella era, por cierto, una chica que excitaba las emociones, pero yo no era alguien que fuera a dejar que mi corazón gobernara sobre mi cabeza. Yo quería a Polly por una razón astutamente calculada, enteramente cerebral.
Yo era un estudiante de primer año de leyes. En pocos años saldría a practicar la abogacía y estaba bien consciente de la importancia de contar con el tipo adecuado de esposa para promover la carrera de un abogado. Los abogados exitosos que yo había observado estaban, casi sin excepción, casados con mujeres hermosas, gráciles e inteligentes. Con una sola omisión, Polly llenaba estas características perfectamente.
Era hermosa. No era aún de proporciones perfectas, pero yo estaba seguro de que el tiempo supliría la falta. Ella ya tenía todos los atributos necesarios para lograrlo.
Era grácil. Con grácil quiero decir llena de gracia. Tenía una distinción al caminar, una libertad de movimiento, un equilibrio, que claramente indicaban la mejor educación. En la mesa, sus modales eran exquisitos. Yo la había visto en el restaurante de la esquina del campus, comiendo la especialidad de la casa -un sándwich que consistía en trozos de carne asada, salsa, nueces picadas y una gran porción de chucrut-, sin ni siquiera humedecerse la punta de los dedos.
Inteligente no era. De hecho, se orientaba en la dirección opuesta. Pero yo pensaba que, bajo mi tutela y guía, se pondría más despierta. En todo caso, valía la pena intentarlo. Después de todo, es más fácil hacer inteligente a una hermosa niña tonta que hacer hermosa a una fea niña inteligente.
- “Petey”, le dije, “¿estás enamorado de Polly Espy?”.
- “Pienso que es una chica aguda”, contestó, “pero no sé si llamarlo amor. ¿Por qué?”
- “¿Tienes”, le pregunté, “algún tipo de arreglo formal con ella? Me refiero a sí estas pololeando con ella, o algo por el estilo.”
- “No. Nos vemos bastante, pero ambos tenemos otras citas. ¿Por qué?”
- ¿“Existe”, pregunté, “otro hombre por el cual ella sienta algún cariño particular?”
- “No, que yo sepa. ¿Por qué?”
- “En otras palabras”, dije con satisfacción, “si tú estuvieras fuera del cuadro, el campo estaría libre. ¿No es así?”
- “Supongo que sí. Pero, ¿qué estas tramando?”
- “Nada, nada”, dije inocentemente, y saqué mi maleta del closet.
- “Oye”, me dijo, agarrándome del brazo con gran desesperación, “cuando estés en tu casa, ¿no podrías conseguir algo de plata con tu viejo, ¿podrías? ¿Y prestármela para que yo pudiera comprarme un abrigo de mapache?”
- “Puedo hacer algo mejor que eso”, dije haciéndole un misterioso guiño, cerré la maleta y me fui.
- “ ¡Mira!” le dije a Petey, cuando volví el lunes en la mañana, y abrí de golpe la maleta dejando ver el objeto grande, peludo y deportivo que mi padre había usado en su Stutz Beercat en 1925.
- “¡Por Santo Toledo!”, gritó Petey reverentemente. Hundió sus manos en el abrigo de mapache y luego hundió su cara y repitió “¡por Santo Toledo!” quince o veinte veces.
- “¿Lo quieres?”, le pregunté.
- “¡Claro que sí!” gritó, apretando la grasienta piel contra su cuerpo.
Luego, una mirada prudente apareció en sus ojos:
- “¿ Qué quieres a cambio?”
- “A tu chica”, dije, sin escatimar palabras.
- “¿Polly?”, dijo, en un horrorizado suspiro, “¿quieres a Polly?”
- “Así es.”
Lanzó el abrigo lejos y dijo resueltamente:
- “¡Jamás!”
Yo me encogí de hombros.
- “Okay”, le dije, “si no quieres estar en el boom, es asunto tuyo.”
Me senté en una silla y me hice el que leía un libro, pero con el rabillo del ojo me mantuve vigilante, observando a Petey. Era un hombre destrozado. Primero miró el abrigo, con la expresión de un hambriento ante la vitrina de una pastelería.
Después se dio vuelta y levantó la barbilla resueltamente. Luego, volvió a mirar el abrigo, aún con mayor deseo reflejado en su rostro. Luego se volvió nuevamente, pero ya no con tanta resolución. Finalmente, ya no dio vuelta la cara, sino que se quedó mirando fijamente el abrigo, enloquecido por el deseo.
- “ No es que yo estuviera enamorado de Polly”, dijo con voz ronca. “O que estuviera pololeando con ella, o algo por el estilo.”
- “Es cierto”, murmuré.
- ¿Qué es Polly para mí o yo para ella?”
- “Nada”, respondí yo.
- “Ha sido sólo una relación casual –sólo unas pocas risas, eso es todo.”
- “Pruébate el abrigo”, dije.
Aceptó. El abrigo sobresalía por arriba de sus orejas y caía hasta abajo, hasta la punta de sus zapatos. Se veía como una montaña de mapaches muertos. “Me queda estupendo”, dijo feliz. Me levanté de la silla.
- “¿Es un trato?”, pregunté, extendiéndole la mano. Tragó saliva.
- “Es un trato”, dijo, apretando mi mano.
Tuve mi primera cita con Polly la tarde siguiente. Fue una especia de examen. Yo quería averiguar cuánto tendría que trabajar para lograr que su mente llegara al nivel que yo quería.
Primero la llevé a comer.
- “Fue una comida deli”, dijo, cuando salimos del restaurante. Después, la llevé al cine.
- “Fue una película sensa”, dijo, al salir del teatro. Luego, la llevé a casa.
- “Lo pasé super”, dijo al despedirse.
Volví a mi cuarto con el corazón apesadumbrado. Había subestimado gravemente la magnitud de mi tarea. La falta de información de esta niña era espeluznante, y tampoco bastaría simplemente con proporcionarle información. Primero había que enseñarle a pensar. Éste parecía un proyecto de no escasas dimensiones y, al principio, estuve tentado de devolvérsela a Petey. Pero, luego, empecé a pensar en sus abundantes encantos físicos y en su manera de caminar cuando entraba a una habitación y en su manera de manejar el cuchillo y el tenedor, y decidí hacer un esfuerzo.
Procedí en esto, como en todas las cosas, sistemáticamente. Le di un curso de lógica. Resulta que yo acababa de tomar un curso de lógica, de modo que tenía todos los datos en la punta de los dedos.
- “Polly”, le dije, cuando la pasé a buscar para nuestra siguiente cita, “esta noche iremos a caminar y conversaremos”
- “¡Ah, fantástico!”, dijo.
Una cosa debo decir de esta niña, es difícil encontrar otra tan fácil de agradar. Nos fuimos al parque, el lugar de citas del campus, y nos sentamos bajo un añoso roble. Ella me miró expectante y preguntó:
- “¿De qué vamos a conversar?”
- “De lógica”.
Lo pensó por un momento y decidió que le agradaba.
- “¡Sensa!”, dijo.
- “La lógica”, dije yo, aclarándome la garganta, “es la ciencia del pensamiento. Antes de que podamos pensar correctamente, debemos aprender primero a reconocer las falacias más comunes de la lógica. Nos ocuparemos de ellas esta noche”.
- “¡Bravo!” gritó, aplaudiendo con anticipado placer.
Yo sentí encogérseme el corazón, pero continué valientemente.
- “Primero”, dije, “examinemos la falacia Dicto Simpliciter.”
- “¡De todos modos!” rogó Polly, batiendo sus pestañas con entusiasmo.
- “Dicto Simpliciter es un argumento basado en una generalización no limitada. Por ejemplo: El ejercicio es bueno. Por lo tanto, todos deberían hacer ejercicio.”
- “Estoy de acuerdo”, dijo Polly con entusiasmo. “ Me refiero a que el ejercicio es maravilloso. Quiero decir que mantiene el cuerpo en forma y todo.”
- “ Polly”, le dije amablemente, “el argumento es una falacia. El ejercicio es bueno es una generalización no limitada. Por ejemplo, si sufres de una enfermedad al corazón, el ejercicio es malo para ti, no bueno. A muchas personas sus médicos les prohiben hacer ejercicios. Es necesario limitar la generalización, diciendo que, generalmente, el ejercicio es bueno, o que, para la mayoría de las personas, el ejercicio es bueno. De lo contrario, estarás cometiendo Dicto Simpliciter. ¿Te das cuenta?”
- “No”, confesó. “Pero es super. ¡Haz más!”
- “Sería mejor si dejaras de tironearme la manga”, dije y, cuando dejó de hacerlo, continúe:
- “A continuación, veamos la falacia llamada Generalización Apresurada. Escucha atentamente: Tú no sabes hablar francés. Por lo tanto, debo concluir que nadie en la universidad de Minnesota sabe hablar francés.”
- “¿De veras?”,dijo Polly, incrédula, “¿nadie?”
Oculté mi desesperación.
- “Polly, es una falacia. La conclusión se alcanza demasiado apresuradamente. Hay demasiado pocas instancias para apoyar tal conclusión.”
- “¿Conoces más falacias?”, preguntó ansiosamente. “¡Esto es más entretenido que ir a bailar!”
Luché con una ola de desesperación. No estaba llegando a ninguna parte con esta niña, absolutamente a ninguna parte. Sin embargo, si hay alguien persistente, ese soy yo. Así es que continúe:
- “Ahora nos corresponde Post hoc. Escucha esto: No llevemos a Bill a nuestro picnic; cada vez que salimos con él, llueve.”
- “Conozco a alguien igual”, exclamó. “Es una chica de mi pueblo, Eula Becker se llama. Nunca falla. Cada vez que la llevamos a un picnic...”
- “Polly”, la interrumpí, cortante. “Es una falacia. Eula Becker no es causa de que llueva. No tiene ninguna relación con la lluvia. Si le echas la culpa a Eula Becker, eres culpable de Post hoc.”
- “No lo volveré a hacer”, prometió, contrita. “¿Estás enojado conmigo?”
- “No, Polly, no estoy enojado”, suspiré.
- “Entonces, cuéntame mas falacias.”
- “Bueno”, dije. “Veamos Premisas Contradictorias.”
- “Sí. Veámoslas”, dijo guiñando los ojos con placer. Yo fruncí el entrecejo, pero seguí adelante.
- “Aquí tienes un ejemplo de Premisas Contradictorias: Si Dios puede hacerlo todo, ¿podría hacer una piedra tan pesada que Él mismo no fuera capaz de levantarla?”
- “Por supuesto que sí”, respondió.
- “Pero, si puede hacerlo todo, puede levantar la piedra”, dije.
- “Sí”, dijo pensativa. “Bueno, entonces supongo que no puede hacer la piedra.”
- “Pero, Él puede hacerlo todo”, le recordé.
Se rascó su preciosa y vacía cabeza.
- “Estoy tan confundida”, admitió.
- “Por supuesto que lo estás. Porque cuando las premisas de un argumento son contradictorias entre sí, no puede haber argumento. Si existe una fuerza irresistible, entonces no puede existir un objeto inamovible. Si existe un objeto inamovible, entonces no puede existir una fuerza irresistible. ¿Entiendes?”
- “Cuéntame más de este tema tan agudo”, dijo ansiosamente.
Consulté mi reloj.
- “Pienso que basta por esta noche. Te llevaré a casa ahora y tú repasas todas las cosas que aprendiste. Tendremos otra sesión mañana por la noche.”
La fui a dejar a los dormitorios de las niñas, donde me aseguró que había tenido una noche perfectamente sensa, y me fui malhumorado a mi cuarto. Petey estaba roncando en su cama, con el abrigo de mapache arrollado a sus pies como una gran bestia peluda. Por un momento consideré la posibilidad de despertarlo y decirle que podía tener a su chica de vuelta. Me parecía evidente que mi proyecto estaba fatalmente destinado al fracaso. La chica simplemente tenía una cabeza a prueba de lógica.
Pero después lo reconsideré. Ya había perdido una noche. Podría perder otra. ¿Quién sabe? A lo mejor, en alguna parte, en el extinto cráter de su cabeza, algunas pocas brasas aún ardían en silencio. Tal vez, de alguna manera, yo podría hacerles salir fuego. Admito que no era un prospecto forjado con esperanza, pero decidí hacer un último intento.
Sentados bajo el roble, la noche siguiente, le dije:
- “Nuestra primera falacia de esta noche se llama Ad misericordiam.” Ella tembló de gusto.
- “Escucha atentamente”, dije: Un hombre solicita trabajo. Cuando el patrón le pregunta cuáles son sus méritos, replica que tiene esposa y seis hijos en casa, que la esposa es inválida sin remedio, los niños no tienen qué comer, ni qué ropa ponerse, ni zapatos en los pies. No hay camas en la casa, ni carbón en la despensa y está comenzando el invierno.”
Una lágrima rodó por cada una de las rosadas mejillas de Polly.
- “¡Oh! Eso es terrible”, gimoteó.
- “Sí, es terrible”, acepté, pero no es un argumento. El hombre nunca respondió la pregunta del patrón sobre sus méritos. En vez de eso, apeló a la piedad del patrón. Cometió la falacia Ad misericordiam, ¿comprendes?”
- “¿Tienes un pañuelo?”, dijo Polly entre sollozos.
Le alargué un pañuelo y traté de evitar gritar, mientras ella se enjugaba los ojos.
- “Ahora”, dije, en un tono cuidadosamente calculado, “discutiremos la Falsa Analogía. Aquí tienes un ejemplo: A los estudiantes se les debería permitir consultar sus textos de estudio durante los exámenes. Después de todo, los cirujanos tienen rayos X para guiarlos durante una operación, los abogados tienen sus escritos para guiarlos durante un juicio y los constructores tienen planos para guiarlos cuando construyen una casa. Entonces, ¿por qué los estudiantes no pueden mirar sus textos durante los exámenes?”
- “¡Fantástico!”, dijo Polly con entusiasmo. “Es la idea más sensa que he escuchado en años.
- “Polly”, le dije exhausto, “el argumento está completamente malo. Los doctores, los abogados y los constructores no están dando exámenes para probar cuánto han aprendido, pero los estudiantes, sí. Las situaciones son totalmente diferentes y no puedes establecer una analogía entre ellas.”
- “ De todos modos, creo que es una buena idea”, dijo Polly.
- “Tonterías” murmuré. Pero, seguí avanzando resueltamente. “Ahora examinaremos la Hipótesis contraria a los hechos.”
- “Suena exquisita”, respondió Polly.
- “Escucha: Si Madame Curie no hubiera dejado por casualidad una placa fotográfica en un cajón junto a un trozo de pechblenda, el mundo actual no conocería el radio.”
- “Es verdad, es verdad”, exclamó Polly, asintiendo con la cabeza, “¿Viste la película? Me fascinó. Ese Walter Pidgeon es un sueño. Quiero decir que me trastorna.”
- “Si te puedes olvidar del señor Pidgeon por un momento”, dije con frialdad, “me gustaría hacerte notar que esa afirmación es una falacia. Tal vez Madame Curie habría descubierto el radio en una fecha posterior, o tal vez otra persona lo habría descubierto. Un montón de cosas podrían haber pasado, tal vez. No puedes empezar con una hipótesis que no es verdadera y luego deducir alguna conclusión que pueda ser sostenida a partir de ella.”
- “Deberían hacer mas películas con Walter Pigdeon” dijo Polly. “ Ya casi no lo puedo ver nunca.”
Una oportunidad más, decidí. Pero sería la última. Hay un límite para la resistencia humana.
- “La próxima falacia se llama Envenenar el pozo”, anuncié.
- “¡Qué amor!”, gorjeó Polly.
- “Dos hombres están participando en un debate. El primero se levanta y dice: “Mi opositor es un conocido mentiroso. Ustedes no pueden creer una sola palabra de lo que va a decir...”, ahora Polly, piensa. Piensa bien. ¿Qué esta mal?”
La observé con atención mientras su linda frente se arrugaba en un esfuerzo de concentración. De pronto, un leve resplandor de inteligencia --el primero que yo veía-- se asomó por sus ojos.
- “¡No es justo!”, exclamó, con indignación. “No es justo en lo más mínimo. ¿Qué oportunidad tiene el segundo hombre, si el primero lo llama mentiroso, incluso antes de que empiece a hablar?”
- “¡Correcto!” grité, saltando de felicidad. “Cien por ciento correcto. No es justo. El primer hombre ha envenenado el pozo antes de que cualquier persona pudiera beber de él. Ha imposibilitado la defensa de su oponente antes de que éste haya podido siquiera empezar. Polly, estoy orgulloso de ti.”
- “Mmm”, murmuró, enrojeciendo de placer.
- “Ya ves, querida, que estas cosas no son tan difíciles. Todo lo que tienes que hacer es concentrarte. Pensar -examinar- evaluar. Veamos, revisemos todo lo que hemos aprendido.”
- “Estoy lista”, dijo ella, haciendo un grácil movimiento en el aire con la mano, invitándome a disparar.
Fortalecido al constatar que Polly no era totalmente estúpida, empecé un largo y paciente repaso de todo lo que le había enseñado. Una, otra, y otra vez, le cité las instancias, le indiqué las faltas, martillando sin descanso. Era como cavar un túnel. Al principio, todo era trabajo, sudor y oscuridad. No tenia idea de cuándo alcanzaría la luz, o siquiera si la alcanzaría. Pero yo persistía. Machacaba, arañaba, raspaba y, finalmente, fui recompensado. Vi una grieta de luz que luego se fue agrandando, y el sol se derramó por ella haciéndolo brillar todo.
Cinco agotadoras noches tomó este trabajo, pero valió la pena. Había logrado convertir a Polly en una persona lógica, le había enseñado a pensar. Mi trabajo había terminado. Por fin, ella era digna de mí. Ahora, era una esposa apropiada para mí, la anfitriona adecuada para mis muchas mansiones, la perfecta madre para mis acaudalados hijos.
No se debe pensar que yo no sentía amor por esta niña. Muy por el contrario. Tal como Pigmalion amaba a la mujer perfecta que había modelado, así amaba yo a la mía. Había llegado el momento de que nuestra relación cambiara de académica a romántica.
- “Polly”, le dije la próxima vez que nos sentamos bajo nuestro roble, “esta noche no vamos a hablar de falacias.”
- “¡Qué pena!”, dijo ella, desilusionada.
- “Querida”, le dije, obsequiándole mi mejor sonrisa, “ya hemos pasado juntos cinco noches. Nos hemos llevado espléndidamente bien. Es evidente que estamos hechos el uno para el otro.”
- “Generalización apresurada”, exclamó ella. “¿Cómo puedes afirmar que estamos hechos el uno para el otro sobre la base de solo cinco citas?”
Reí para mis adentros con placer. La querida niña había aprendido bien su lección.
- “Querida”, dije, acariciando su mano con pequeños golpecitos tolerantes, “cinco citas es más que suficiente. Después de todo, no es necesario comerse toda la torta para saber que está buena.”
- “Falsa analogía”, respondió Polly prontamente. “Yo no soy una torta, soy una niña.”
Sonreí para mis adentros con un poco menos de placer. La querida niña había aprendido su lección tal vez demasiado bien. Entonces decidí cambiar de táctica. Obviamente, el mejor abordaje era una simple, firme y directa declaración de amor. Me detuve un momento, mientras mi potente cerebro elegía las palabras adecuadas. Entonces comencé:
- “Polly, te amo. Tú representas todo el mundo para mí, y la luna y las estrellas y todas las constelaciones del espacio exterior. Por favor, querida mía, di que aceptarás ser mi novia. Si no lo haces, mi vida carecerá de sentido. Languideceré, me rehusaré a comer y vagaré por la faz de la tierra como el viejo casco de un barco, tambaleante y con los ojos vacíos.”
“Listo”, pensé, cruzando los brazos. Esto debería lograrlo.
- “Ad misericordiam”, dijo Polly.
Rechiné los dientes. Yo no era Pigmalion, sino Frankenstein. Había creado un monstruo y éste me tenia agarrado del cuello. Desesperadamente, luché contra la ola de pánico que me inundaba. A toda costa tenia que mantener la calma.
- “Bien, Polly”, dije, esforzándome por sonreír, “realmente aprendiste tus falacias”.
- “¡Por supuesto que sí!”, dijo, con un vigoroso movimiento de cabeza.
- “¿Y quién te las enseñó, Polly?”
- “Tú fuiste.”
- “Correcto. Por lo tanto, me debes algo, ¿no es cierto, querida? Si yo no hubiera aparecido, tú nunca habrías aprendido nada acerca de las falacias.”
- “Hipótesis contraria a los hechos”, replicó Polly al instante.
Sacudí con violencia el sudor de mi frente.
- “Polly”, gruñí, “no debes tomar estas cosas tan literalmente. Quiero decir que esto es solo materia de clases y tú sabes que las cosas que se aprenden en la escuela no tienen nada que ver con la vida.”
- “ Dicto simpliciter”, dijo ella, levantando burlonamente un dedo hacia mí.
Esa fue la gota que rebalsó el vaso.
- ¿Serás mi novia o no?”
- “No”.
- “¿Por qué no?”
- “Porque esta tarde le prometí a Petey Bellows que sería su novia.”
Caí hacia atrás abrumado por la infamia de Petey. Después que me prometió, que hizo un trato conmigo, que me dio la mano. “¡Qué rata!”, chillé, pateando el pasto.
- “No puedes irte con él, Polly. Es un mentiroso. Un tramposo. Es una rata.”
- “Envenenar el pozo”, dijo Polly. “Y deja de gritar. Creo que gritar también debe ser una falacia.”
Con un enorme esfuerzo de voluntad, modulé mi voz y dije:
- “Muy bien. Eres una persona lógica. Miremos las cosas lógicamente. ¿Cómo pudiste escoger a Petey Bellows en lugar de escogerme a mí? Mírame: soy un estudiante brillante, un gran intelectual, un hombre con el futuro asegurado. Mira a Petey: un cabeza confusa, un atado de nervios, un tipo que nunca sabrá de dónde obtendrá su próxima comida. ¿Podrías darme una razón lógica por la cual deberías convertirte en la novia de Petey Bellows?”
TRADUCCIÓN DE ANA MARIA VICUÑA N.
NOTA INTRODUCTORIA
“El amor es una falacia” (Love is a Fallacy) es un relato de ficción tomado de la popular novela “Los muchos amores de Dobie Gillis” de Max Schulman. La historia ofrece una ilustración encantadora, aunque extrema, de cómo los razonamientos falaces pueden afectar nuestra vida cotidiana y nos recuerda, también, las limitaciones del razonamiento lógico. Escrita en los comienzos de la década del 50, pueden percibirse en ella algunas resonancias del machismo típico de la época.
EL AMOR ES UNA FALACIA
Max Schulman
Yo era frío y lógico. Agudo -calculador, perspicaz, certero y astuto- todo eso era yo. Mi cerebro era tan poderoso como dínamo, tan preciso como las balanzas de un químico, tan penetrante como el bisturí de un médico. Y - ¡piensen en esto!- sólo tenia 18 años.
No sucede a menudo que alguien tan joven tenga un intelecto tan gigantesco. Tomen, por ejemplo, a Petey Bellows, mi compañero de cuarto en la universidad. La misma edad, el mismo origen social, pero tonto como un buey. Un tipo bastante agradable, pero sin nada en la cabeza. Del tipo emocional. Inestable. Impresionable. Y lo peor de todo, esclavo de la moda. Opino que las modas son la verdadera negación de la razón. Ser barrido y arrastrado por cada nueva locura que llega, rendirse a la idiotez sólo porque todos los demás lo hacen – esto, para mí, es el pináculo de la irracionalidad. Sin embargo, no lo era para Petey.
Una tarde encontré a Petey tirado en su cama con una expresión tal de desesperación en la cara, que inmediatamente diagnostiqué apendicitis.
- “No te muevas”, le dije. “No tomes ningún laxante. Llamaré a un
Médico”.
- “Mapache”, murmuró con voz ronca.
- “¿Mapache?” pregunté, deteniéndome en mi carrera.
- “Quiero un abrigo de mapache”, se lamentó Petey.
Me di cuenta de que su problema no era físico, sino mental.
- “¿Por qué quieres un abrigo de mapache?”
- “Debí haberlo sabido”, gritó, golpeándose las sienes. “Debí haber sabido que volverían, cuando el charleston volvió. Como un estúpido, gasté todo mi dinero en textos de estudio y ahora no puedo comprarme un abrigo de mapache.”
- “¿Quieres decir”, dije incrédulamente, “que la gente realmente está usando abrigos de mapache de nuevo?”
- “Todos los grandes hombres del campus los usan. ¿Dónde has estado tú?”
- “En la biblioteca”, dije, nombrando un lugar no frecuentado por los grandes hombres del campus.
Petey saltó de la cama y se paseó por el cuarto.
- “Tengo que tener un abrigo de mapache”, dijo apasionadamente.
“¡Tengo que tenerlo!”
- “Pero, ¿por qué, Petey? Míralo desde una perspectiva racional. Los abrigos de mapache son insalubres. Echan pelos. Huelen mal. Pesan demasiado. Son desagradables de ver. Son...”
- “Tú no entiendes”, me interrumpió con impaciencia. “Es lo que hay que hacer. ¿No quieres estar en el boom?”
- “No”, respondí con toda verdad.
- “Bueno, yo sí”, declaró. “Daría cualquier cosa por un abrigo de mapache. ¡Cualquier cosa!”
Mi cerebro, ese instrumento de precisión, comenzó a funcionar a toda máquina.
- “¿Cualquier cosa?”, pregunté, mirándolo escrutadoramente.
- “Cualquier cosa”, respondió en vibrantes tonos.
Golpeé mi barbilla pensativamente. Sucedía que yo sabía cómo poner mis manos sobre un abrigo de mapache. Mi padre había tenido uno en su época de estudiante. Ahora estaba en un baúl en el altillo de mi casa. También sucedía que Petey tenía algo que yo quería. No lo tenía exactamente, pero tenía primer derecho sobre ello. Me refiero a su chica, Polly Espy.
Por mucho tiempo yo había ambicionado a Polly Espy. Permítaseme enfatizar que mi deseo por esta joven no era de naturaleza emocional. Ella era, por cierto, una chica que excitaba las emociones, pero yo no era alguien que fuera a dejar que mi corazón gobernara sobre mi cabeza. Yo quería a Polly por una razón astutamente calculada, enteramente cerebral.
Yo era un estudiante de primer año de leyes. En pocos años saldría a practicar la abogacía y estaba bien consciente de la importancia de contar con el tipo adecuado de esposa para promover la carrera de un abogado. Los abogados exitosos que yo había observado estaban, casi sin excepción, casados con mujeres hermosas, gráciles e inteligentes. Con una sola omisión, Polly llenaba estas características perfectamente.
Era hermosa. No era aún de proporciones perfectas, pero yo estaba seguro de que el tiempo supliría la falta. Ella ya tenía todos los atributos necesarios para lograrlo.
Era grácil. Con grácil quiero decir llena de gracia. Tenía una distinción al caminar, una libertad de movimiento, un equilibrio, que claramente indicaban la mejor educación. En la mesa, sus modales eran exquisitos. Yo la había visto en el restaurante de la esquina del campus, comiendo la especialidad de la casa -un sándwich que consistía en trozos de carne asada, salsa, nueces picadas y una gran porción de chucrut-, sin ni siquiera humedecerse la punta de los dedos.
Inteligente no era. De hecho, se orientaba en la dirección opuesta. Pero yo pensaba que, bajo mi tutela y guía, se pondría más despierta. En todo caso, valía la pena intentarlo. Después de todo, es más fácil hacer inteligente a una hermosa niña tonta que hacer hermosa a una fea niña inteligente.
- “Petey”, le dije, “¿estás enamorado de Polly Espy?”.
- “Pienso que es una chica aguda”, contestó, “pero no sé si llamarlo amor. ¿Por qué?”
- “¿Tienes”, le pregunté, “algún tipo de arreglo formal con ella? Me refiero a sí estas pololeando con ella, o algo por el estilo.”
- “No. Nos vemos bastante, pero ambos tenemos otras citas. ¿Por qué?”
- ¿“Existe”, pregunté, “otro hombre por el cual ella sienta algún cariño particular?”
- “No, que yo sepa. ¿Por qué?”
- “En otras palabras”, dije con satisfacción, “si tú estuvieras fuera del cuadro, el campo estaría libre. ¿No es así?”
- “Supongo que sí. Pero, ¿qué estas tramando?”
- “Nada, nada”, dije inocentemente, y saqué mi maleta del closet.
- “Oye”, me dijo, agarrándome del brazo con gran desesperación, “cuando estés en tu casa, ¿no podrías conseguir algo de plata con tu viejo, ¿podrías? ¿Y prestármela para que yo pudiera comprarme un abrigo de mapache?”
- “Puedo hacer algo mejor que eso”, dije haciéndole un misterioso guiño, cerré la maleta y me fui.
- “ ¡Mira!” le dije a Petey, cuando volví el lunes en la mañana, y abrí de golpe la maleta dejando ver el objeto grande, peludo y deportivo que mi padre había usado en su Stutz Beercat en 1925.
- “¡Por Santo Toledo!”, gritó Petey reverentemente. Hundió sus manos en el abrigo de mapache y luego hundió su cara y repitió “¡por Santo Toledo!” quince o veinte veces.
- “¿Lo quieres?”, le pregunté.
- “¡Claro que sí!” gritó, apretando la grasienta piel contra su cuerpo.
Luego, una mirada prudente apareció en sus ojos:
- “¿ Qué quieres a cambio?”
- “A tu chica”, dije, sin escatimar palabras.
- “¿Polly?”, dijo, en un horrorizado suspiro, “¿quieres a Polly?”
- “Así es.”
Lanzó el abrigo lejos y dijo resueltamente:
- “¡Jamás!”
Yo me encogí de hombros.
- “Okay”, le dije, “si no quieres estar en el boom, es asunto tuyo.”
Me senté en una silla y me hice el que leía un libro, pero con el rabillo del ojo me mantuve vigilante, observando a Petey. Era un hombre destrozado. Primero miró el abrigo, con la expresión de un hambriento ante la vitrina de una pastelería.
Después se dio vuelta y levantó la barbilla resueltamente. Luego, volvió a mirar el abrigo, aún con mayor deseo reflejado en su rostro. Luego se volvió nuevamente, pero ya no con tanta resolución. Finalmente, ya no dio vuelta la cara, sino que se quedó mirando fijamente el abrigo, enloquecido por el deseo.
- “ No es que yo estuviera enamorado de Polly”, dijo con voz ronca. “O que estuviera pololeando con ella, o algo por el estilo.”
- “Es cierto”, murmuré.
- ¿Qué es Polly para mí o yo para ella?”
- “Nada”, respondí yo.
- “Ha sido sólo una relación casual –sólo unas pocas risas, eso es todo.”
- “Pruébate el abrigo”, dije.
Aceptó. El abrigo sobresalía por arriba de sus orejas y caía hasta abajo, hasta la punta de sus zapatos. Se veía como una montaña de mapaches muertos. “Me queda estupendo”, dijo feliz. Me levanté de la silla.
- “¿Es un trato?”, pregunté, extendiéndole la mano. Tragó saliva.
- “Es un trato”, dijo, apretando mi mano.
Tuve mi primera cita con Polly la tarde siguiente. Fue una especia de examen. Yo quería averiguar cuánto tendría que trabajar para lograr que su mente llegara al nivel que yo quería.
Primero la llevé a comer.
- “Fue una comida deli”, dijo, cuando salimos del restaurante. Después, la llevé al cine.
- “Fue una película sensa”, dijo, al salir del teatro. Luego, la llevé a casa.
- “Lo pasé super”, dijo al despedirse.
Volví a mi cuarto con el corazón apesadumbrado. Había subestimado gravemente la magnitud de mi tarea. La falta de información de esta niña era espeluznante, y tampoco bastaría simplemente con proporcionarle información. Primero había que enseñarle a pensar. Éste parecía un proyecto de no escasas dimensiones y, al principio, estuve tentado de devolvérsela a Petey. Pero, luego, empecé a pensar en sus abundantes encantos físicos y en su manera de caminar cuando entraba a una habitación y en su manera de manejar el cuchillo y el tenedor, y decidí hacer un esfuerzo.
Procedí en esto, como en todas las cosas, sistemáticamente. Le di un curso de lógica. Resulta que yo acababa de tomar un curso de lógica, de modo que tenía todos los datos en la punta de los dedos.
- “Polly”, le dije, cuando la pasé a buscar para nuestra siguiente cita, “esta noche iremos a caminar y conversaremos”
- “¡Ah, fantástico!”, dijo.
Una cosa debo decir de esta niña, es difícil encontrar otra tan fácil de agradar. Nos fuimos al parque, el lugar de citas del campus, y nos sentamos bajo un añoso roble. Ella me miró expectante y preguntó:
- “¿De qué vamos a conversar?”
- “De lógica”.
Lo pensó por un momento y decidió que le agradaba.
- “¡Sensa!”, dijo.
- “La lógica”, dije yo, aclarándome la garganta, “es la ciencia del pensamiento. Antes de que podamos pensar correctamente, debemos aprender primero a reconocer las falacias más comunes de la lógica. Nos ocuparemos de ellas esta noche”.
- “¡Bravo!” gritó, aplaudiendo con anticipado placer.
Yo sentí encogérseme el corazón, pero continué valientemente.
- “Primero”, dije, “examinemos la falacia Dicto Simpliciter.”
- “¡De todos modos!” rogó Polly, batiendo sus pestañas con entusiasmo.
- “Dicto Simpliciter es un argumento basado en una generalización no limitada. Por ejemplo: El ejercicio es bueno. Por lo tanto, todos deberían hacer ejercicio.”
- “Estoy de acuerdo”, dijo Polly con entusiasmo. “ Me refiero a que el ejercicio es maravilloso. Quiero decir que mantiene el cuerpo en forma y todo.”
- “ Polly”, le dije amablemente, “el argumento es una falacia. El ejercicio es bueno es una generalización no limitada. Por ejemplo, si sufres de una enfermedad al corazón, el ejercicio es malo para ti, no bueno. A muchas personas sus médicos les prohiben hacer ejercicios. Es necesario limitar la generalización, diciendo que, generalmente, el ejercicio es bueno, o que, para la mayoría de las personas, el ejercicio es bueno. De lo contrario, estarás cometiendo Dicto Simpliciter. ¿Te das cuenta?”
- “No”, confesó. “Pero es super. ¡Haz más!”
- “Sería mejor si dejaras de tironearme la manga”, dije y, cuando dejó de hacerlo, continúe:
- “A continuación, veamos la falacia llamada Generalización Apresurada. Escucha atentamente: Tú no sabes hablar francés. Por lo tanto, debo concluir que nadie en la universidad de Minnesota sabe hablar francés.”
- “¿De veras?”,dijo Polly, incrédula, “¿nadie?”
Oculté mi desesperación.
- “Polly, es una falacia. La conclusión se alcanza demasiado apresuradamente. Hay demasiado pocas instancias para apoyar tal conclusión.”
- “¿Conoces más falacias?”, preguntó ansiosamente. “¡Esto es más entretenido que ir a bailar!”
Luché con una ola de desesperación. No estaba llegando a ninguna parte con esta niña, absolutamente a ninguna parte. Sin embargo, si hay alguien persistente, ese soy yo. Así es que continúe:
- “Ahora nos corresponde Post hoc. Escucha esto: No llevemos a Bill a nuestro picnic; cada vez que salimos con él, llueve.”
- “Conozco a alguien igual”, exclamó. “Es una chica de mi pueblo, Eula Becker se llama. Nunca falla. Cada vez que la llevamos a un picnic...”
- “Polly”, la interrumpí, cortante. “Es una falacia. Eula Becker no es causa de que llueva. No tiene ninguna relación con la lluvia. Si le echas la culpa a Eula Becker, eres culpable de Post hoc.”
- “No lo volveré a hacer”, prometió, contrita. “¿Estás enojado conmigo?”
- “No, Polly, no estoy enojado”, suspiré.
- “Entonces, cuéntame mas falacias.”
- “Bueno”, dije. “Veamos Premisas Contradictorias.”
- “Sí. Veámoslas”, dijo guiñando los ojos con placer. Yo fruncí el entrecejo, pero seguí adelante.
- “Aquí tienes un ejemplo de Premisas Contradictorias: Si Dios puede hacerlo todo, ¿podría hacer una piedra tan pesada que Él mismo no fuera capaz de levantarla?”
- “Por supuesto que sí”, respondió.
- “Pero, si puede hacerlo todo, puede levantar la piedra”, dije.
- “Sí”, dijo pensativa. “Bueno, entonces supongo que no puede hacer la piedra.”
- “Pero, Él puede hacerlo todo”, le recordé.
Se rascó su preciosa y vacía cabeza.
- “Estoy tan confundida”, admitió.
- “Por supuesto que lo estás. Porque cuando las premisas de un argumento son contradictorias entre sí, no puede haber argumento. Si existe una fuerza irresistible, entonces no puede existir un objeto inamovible. Si existe un objeto inamovible, entonces no puede existir una fuerza irresistible. ¿Entiendes?”
- “Cuéntame más de este tema tan agudo”, dijo ansiosamente.
Consulté mi reloj.
- “Pienso que basta por esta noche. Te llevaré a casa ahora y tú repasas todas las cosas que aprendiste. Tendremos otra sesión mañana por la noche.”
La fui a dejar a los dormitorios de las niñas, donde me aseguró que había tenido una noche perfectamente sensa, y me fui malhumorado a mi cuarto. Petey estaba roncando en su cama, con el abrigo de mapache arrollado a sus pies como una gran bestia peluda. Por un momento consideré la posibilidad de despertarlo y decirle que podía tener a su chica de vuelta. Me parecía evidente que mi proyecto estaba fatalmente destinado al fracaso. La chica simplemente tenía una cabeza a prueba de lógica.
Pero después lo reconsideré. Ya había perdido una noche. Podría perder otra. ¿Quién sabe? A lo mejor, en alguna parte, en el extinto cráter de su cabeza, algunas pocas brasas aún ardían en silencio. Tal vez, de alguna manera, yo podría hacerles salir fuego. Admito que no era un prospecto forjado con esperanza, pero decidí hacer un último intento.
Sentados bajo el roble, la noche siguiente, le dije:
- “Nuestra primera falacia de esta noche se llama Ad misericordiam.” Ella tembló de gusto.
- “Escucha atentamente”, dije: Un hombre solicita trabajo. Cuando el patrón le pregunta cuáles son sus méritos, replica que tiene esposa y seis hijos en casa, que la esposa es inválida sin remedio, los niños no tienen qué comer, ni qué ropa ponerse, ni zapatos en los pies. No hay camas en la casa, ni carbón en la despensa y está comenzando el invierno.”
Una lágrima rodó por cada una de las rosadas mejillas de Polly.
- “¡Oh! Eso es terrible”, gimoteó.
- “Sí, es terrible”, acepté, pero no es un argumento. El hombre nunca respondió la pregunta del patrón sobre sus méritos. En vez de eso, apeló a la piedad del patrón. Cometió la falacia Ad misericordiam, ¿comprendes?”
- “¿Tienes un pañuelo?”, dijo Polly entre sollozos.
Le alargué un pañuelo y traté de evitar gritar, mientras ella se enjugaba los ojos.
- “Ahora”, dije, en un tono cuidadosamente calculado, “discutiremos la Falsa Analogía. Aquí tienes un ejemplo: A los estudiantes se les debería permitir consultar sus textos de estudio durante los exámenes. Después de todo, los cirujanos tienen rayos X para guiarlos durante una operación, los abogados tienen sus escritos para guiarlos durante un juicio y los constructores tienen planos para guiarlos cuando construyen una casa. Entonces, ¿por qué los estudiantes no pueden mirar sus textos durante los exámenes?”
- “¡Fantástico!”, dijo Polly con entusiasmo. “Es la idea más sensa que he escuchado en años.
- “Polly”, le dije exhausto, “el argumento está completamente malo. Los doctores, los abogados y los constructores no están dando exámenes para probar cuánto han aprendido, pero los estudiantes, sí. Las situaciones son totalmente diferentes y no puedes establecer una analogía entre ellas.”
- “ De todos modos, creo que es una buena idea”, dijo Polly.
- “Tonterías” murmuré. Pero, seguí avanzando resueltamente. “Ahora examinaremos la Hipótesis contraria a los hechos.”
- “Suena exquisita”, respondió Polly.
- “Escucha: Si Madame Curie no hubiera dejado por casualidad una placa fotográfica en un cajón junto a un trozo de pechblenda, el mundo actual no conocería el radio.”
- “Es verdad, es verdad”, exclamó Polly, asintiendo con la cabeza, “¿Viste la película? Me fascinó. Ese Walter Pidgeon es un sueño. Quiero decir que me trastorna.”
- “Si te puedes olvidar del señor Pidgeon por un momento”, dije con frialdad, “me gustaría hacerte notar que esa afirmación es una falacia. Tal vez Madame Curie habría descubierto el radio en una fecha posterior, o tal vez otra persona lo habría descubierto. Un montón de cosas podrían haber pasado, tal vez. No puedes empezar con una hipótesis que no es verdadera y luego deducir alguna conclusión que pueda ser sostenida a partir de ella.”
- “Deberían hacer mas películas con Walter Pigdeon” dijo Polly. “ Ya casi no lo puedo ver nunca.”
Una oportunidad más, decidí. Pero sería la última. Hay un límite para la resistencia humana.
- “La próxima falacia se llama Envenenar el pozo”, anuncié.
- “¡Qué amor!”, gorjeó Polly.
- “Dos hombres están participando en un debate. El primero se levanta y dice: “Mi opositor es un conocido mentiroso. Ustedes no pueden creer una sola palabra de lo que va a decir...”, ahora Polly, piensa. Piensa bien. ¿Qué esta mal?”
La observé con atención mientras su linda frente se arrugaba en un esfuerzo de concentración. De pronto, un leve resplandor de inteligencia --el primero que yo veía-- se asomó por sus ojos.
- “¡No es justo!”, exclamó, con indignación. “No es justo en lo más mínimo. ¿Qué oportunidad tiene el segundo hombre, si el primero lo llama mentiroso, incluso antes de que empiece a hablar?”
- “¡Correcto!” grité, saltando de felicidad. “Cien por ciento correcto. No es justo. El primer hombre ha envenenado el pozo antes de que cualquier persona pudiera beber de él. Ha imposibilitado la defensa de su oponente antes de que éste haya podido siquiera empezar. Polly, estoy orgulloso de ti.”
- “Mmm”, murmuró, enrojeciendo de placer.
- “Ya ves, querida, que estas cosas no son tan difíciles. Todo lo que tienes que hacer es concentrarte. Pensar -examinar- evaluar. Veamos, revisemos todo lo que hemos aprendido.”
- “Estoy lista”, dijo ella, haciendo un grácil movimiento en el aire con la mano, invitándome a disparar.
Fortalecido al constatar que Polly no era totalmente estúpida, empecé un largo y paciente repaso de todo lo que le había enseñado. Una, otra, y otra vez, le cité las instancias, le indiqué las faltas, martillando sin descanso. Era como cavar un túnel. Al principio, todo era trabajo, sudor y oscuridad. No tenia idea de cuándo alcanzaría la luz, o siquiera si la alcanzaría. Pero yo persistía. Machacaba, arañaba, raspaba y, finalmente, fui recompensado. Vi una grieta de luz que luego se fue agrandando, y el sol se derramó por ella haciéndolo brillar todo.
Cinco agotadoras noches tomó este trabajo, pero valió la pena. Había logrado convertir a Polly en una persona lógica, le había enseñado a pensar. Mi trabajo había terminado. Por fin, ella era digna de mí. Ahora, era una esposa apropiada para mí, la anfitriona adecuada para mis muchas mansiones, la perfecta madre para mis acaudalados hijos.
No se debe pensar que yo no sentía amor por esta niña. Muy por el contrario. Tal como Pigmalion amaba a la mujer perfecta que había modelado, así amaba yo a la mía. Había llegado el momento de que nuestra relación cambiara de académica a romántica.
- “Polly”, le dije la próxima vez que nos sentamos bajo nuestro roble, “esta noche no vamos a hablar de falacias.”
- “¡Qué pena!”, dijo ella, desilusionada.
- “Querida”, le dije, obsequiándole mi mejor sonrisa, “ya hemos pasado juntos cinco noches. Nos hemos llevado espléndidamente bien. Es evidente que estamos hechos el uno para el otro.”
- “Generalización apresurada”, exclamó ella. “¿Cómo puedes afirmar que estamos hechos el uno para el otro sobre la base de solo cinco citas?”
Reí para mis adentros con placer. La querida niña había aprendido bien su lección.
- “Querida”, dije, acariciando su mano con pequeños golpecitos tolerantes, “cinco citas es más que suficiente. Después de todo, no es necesario comerse toda la torta para saber que está buena.”
- “Falsa analogía”, respondió Polly prontamente. “Yo no soy una torta, soy una niña.”
Sonreí para mis adentros con un poco menos de placer. La querida niña había aprendido su lección tal vez demasiado bien. Entonces decidí cambiar de táctica. Obviamente, el mejor abordaje era una simple, firme y directa declaración de amor. Me detuve un momento, mientras mi potente cerebro elegía las palabras adecuadas. Entonces comencé:
- “Polly, te amo. Tú representas todo el mundo para mí, y la luna y las estrellas y todas las constelaciones del espacio exterior. Por favor, querida mía, di que aceptarás ser mi novia. Si no lo haces, mi vida carecerá de sentido. Languideceré, me rehusaré a comer y vagaré por la faz de la tierra como el viejo casco de un barco, tambaleante y con los ojos vacíos.”
“Listo”, pensé, cruzando los brazos. Esto debería lograrlo.
- “Ad misericordiam”, dijo Polly.
Rechiné los dientes. Yo no era Pigmalion, sino Frankenstein. Había creado un monstruo y éste me tenia agarrado del cuello. Desesperadamente, luché contra la ola de pánico que me inundaba. A toda costa tenia que mantener la calma.
- “Bien, Polly”, dije, esforzándome por sonreír, “realmente aprendiste tus falacias”.
- “¡Por supuesto que sí!”, dijo, con un vigoroso movimiento de cabeza.
- “¿Y quién te las enseñó, Polly?”
- “Tú fuiste.”
- “Correcto. Por lo tanto, me debes algo, ¿no es cierto, querida? Si yo no hubiera aparecido, tú nunca habrías aprendido nada acerca de las falacias.”
- “Hipótesis contraria a los hechos”, replicó Polly al instante.
Sacudí con violencia el sudor de mi frente.
- “Polly”, gruñí, “no debes tomar estas cosas tan literalmente. Quiero decir que esto es solo materia de clases y tú sabes que las cosas que se aprenden en la escuela no tienen nada que ver con la vida.”
- “ Dicto simpliciter”, dijo ella, levantando burlonamente un dedo hacia mí.
Esa fue la gota que rebalsó el vaso.
- ¿Serás mi novia o no?”
- “No”.
- “¿Por qué no?”
- “Porque esta tarde le prometí a Petey Bellows que sería su novia.”
Caí hacia atrás abrumado por la infamia de Petey. Después que me prometió, que hizo un trato conmigo, que me dio la mano. “¡Qué rata!”, chillé, pateando el pasto.
- “No puedes irte con él, Polly. Es un mentiroso. Un tramposo. Es una rata.”
- “Envenenar el pozo”, dijo Polly. “Y deja de gritar. Creo que gritar también debe ser una falacia.”
Con un enorme esfuerzo de voluntad, modulé mi voz y dije:
- “Muy bien. Eres una persona lógica. Miremos las cosas lógicamente. ¿Cómo pudiste escoger a Petey Bellows en lugar de escogerme a mí? Mírame: soy un estudiante brillante, un gran intelectual, un hombre con el futuro asegurado. Mira a Petey: un cabeza confusa, un atado de nervios, un tipo que nunca sabrá de dónde obtendrá su próxima comida. ¿Podrías darme una razón lógica por la cual deberías convertirte en la novia de Petey Bellows?”
- “Por supuesto que puedo”, dijo Polly “Tiene un abrigo de mapache.”
2 comentarios:
webaaaaaaaaaaa
aunke no c k da mas weba, leer tooodo, "k c nota k tiene algo d influencia sobre el viejo", oooo, escribir la kontraseña k viene en la ventana kada ves k tienes k escibir en el komentario, oseaaa he visto ottos blogs k no necesita eso, ejemplo
idvfprur
oseaaaa tngo k andar escribiendo non palabras, para escribri algo.....
waaaaaaaaaaaaaaaa
MAGNIFICO!!!!!! ese tipo de lecturas son las que me gustan a mi! :D conoces mas??? PASAMELAS!
atte. ChuLe
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